Lux, el regreso más esperado de Rosalía: música, misticismo y marketing

La noche del 20 de octubre de 2025, la plaza de Callao en Madrid se transformó, por unos minutos, en un altar pop. Miles de personas, teléfonos en alto, esperaban sin saber muy bien qué. Algunos habían leído rumores en X, otros habían visto un vídeo críptico en TikTok. De repente, las pantallas gigantes de la plaza se encendieron y proyectaron una sola palabra: LUX. La tipografía, dorada y austera, recordaba a los antiguos manuscritos iluminados. Luego apareció ella —Rosalía— caminando entre la multitud, vestida de blanco, iluminada por focos improvisados. No habló. No cantó. Solo sonrió y levantó la vista hacia las pantallas, donde se mostraba la fecha 7 de noviembre, el día del lanzamiento de Lux. En menos de diez minutos, las redes sociales se llenaron de vídeos del momento. En X, el hashtag #LuxEnCallao superó los 500.000 tuits en dos horas.

Más que una presentación, fue una performance de marketing urbano: el uso de la ciudad como escenario, el público como parte del relato. Al día siguiente, todos los informativos lo recogieron como “el anuncio más cinematográfico de la música española”. No hubo nota de prensa, ni rueda de medios. Solo una aparición casi mística. Rosalía había vuelto a convertir lo cotidiano en liturgia. Sin aviso, uno de los regresos más esperados de la música española acababa de comenzar

Rosalía no había publicado un disco desde Motomami (2022), el álbum que redefinió el pop hispano, dividió a críticos y consagró a una artista que juega con los límites del género, la tecnología y la emoción. En tres años, había habido colaboraciones, giras, rumores y hasta una ruptura amorosa que se vivió en directo a través de sus canciones. Pero no un nuevo proyecto completo. Por eso, cuando anunció Lux de manera inesperada, el fenómeno adquirió proporciones casi religiosas.

Y el título no era casual: “Lux” significa “luz” en latín, pero también evoca el resplandor divino, la iluminación, lo sagrado. Rosalía regresaba con un disco que prometía ser, literalmente, una epifanía.

“Berghain”: el primer adelanto que incendió internet

Tres días después, el primer single, titulado “Berghain”, apareció en las plataformas. El nombre evocaba el mítico club berlinés, pero la canción estaba lejos del techno puro. Era una mezcla explosiva de dark pop, percusión flamenca y un arreglo coral que recordaba a las misas ortodoxas. En los créditos aparecían Björk y Yves Tumor, dos de los artistas más inclasificables del panorama global.

La canción comenzó con una frase que se volvió lema: “Luz que no quema, pero marca”. Y eso fue justo lo que hizo. En menos de 24 horas, “Berghain” acumuló 15 millones de reproducciones en Spotify y se convirtió en tendencia mundial. El videoclip, dirigido por Nadia Lee Cohen, mostraba a Rosalía danzando en un templo industrial, entre columnas iluminadas y espejos líquidos. La estética, mezcla de futurismo y misticismo, generó miles de análisis en Twitter y TikTok: ¿era una metáfora de la fe moderna? ¿un comentario sobre la idolatría digital?

Críticos de Pitchfork y El País coincidieron en una cosa: el regreso de Rosalía no buscaba gustar, sino impactar. “Berghain” no era una canción fácil; era un manifiesto. Una declaración de que, después de Motomami, la artista no pensaba repetir fórmulas, sino reinventar su propio lenguaje.

“Reliquia”: la filtración que se volvió estrategia

Apenas una semana después, el 28 de octubre, ocurrió lo que muchos pensaron que era un error técnico: el segundo single, “Reliquia”, apareció por unos minutos en Spotify y Apple Music. Lo suficiente para que varios usuarios hicieran capturas y el tema se filtrara completo en redes. La discográfica lo eliminó de inmediato y no hubo comunicado oficial. Pero el daño —o no— ya estaba hecho.

En cuestión de horas, “Reliquia” se convirtió en un fenómeno viral. Los fans debatían si la filtración era real o una jugada de marketing. La canción, un medio tiempo con guitarras procesadas y un estribillo de inspiración litúrgica, parecía hecha para generar expectación. “Solo queda la reliquia de lo que fuimos”, cantaba Rosalía, y los fans leyeron entre líneas una referencia a su relación pasada con Rauw Alejandro.

Lejos de afectar negativamente, la filtración multiplicó el interés por el disco. En YouTube, las reacciones al tema superaron el millón de visualizaciones antes incluso de que saliera oficialmente.
Los analistas del sector lo llamaron “marketing de escasez”: cuando un producto se vuelve más deseado precisamente porque parece inaccesible. Rosalía, o su equipo, lo sabían bien. Cada movimiento —incluso los errores— parecían calculados para alimentar el mito.

Rosalía, la artista como campaña permanente

Desde sus inicios, Rosalía ha entendido que en el siglo XXI ser artista es ser narrativa. Su carrera entera es una sucesión de proyectos conceptuales que combinan música, imagen, discurso y redes. El mal querer (2018) reinterpretó la literatura medieval; Motomami (2022) transformó el cuerpo y la intimidad en performance digital; y ahora Lux convierte la espiritualidad en espectáculo.

Pero más allá de lo conceptual, Rosalía domina un arte más sutil: el del autocontrol mediático. Cada aparición, cada silencio, cada publicación en Instagram parece pensada con precisión quirúrgica. Durante meses antes del lanzamiento, borró casi todas sus fotos, dejó de seguir cuentas, y cambió su bio por una sola palabra: “Luz”. Un gesto mínimo que generó miles de teorías.

El regreso en Callao, los dos singles, la filtración, los vídeos minimalistas… Todo compone una campaña total, en la que el límite entre realidad y ficción se desdibuja. Rosalía no necesita publicar comunicados: su estrategia es performativa. La artista se convierte en su propio relato.

En ese sentido, Lux no es solo un disco, sino un ecosistema narrativo. En sus redes, Rosalía comparte fragmentos de poesía mística, imágenes de vitrales y referencias a Hildegard von Bingen o al cine de Dreyer. Al mismo tiempo, colabora con marcas de moda que reinterpretan lo religioso desde la alta costura. Todo converge en una misma estética: lo sacro reinterpretado como moda pop.

La fe como performance: iconografía cristiana en el pop contemporáneo

Uno de los temas más comentados de Lux es su uso del imaginario cristiano. Cruces, velas, oraciones, vírgenes, incluso fragmentos de canto gregoriano aparecen en letras y visuales. No es nuevo en Rosalía: desde “Malamente”, donde aparecía con estética de Semana Santa, la artista ha explorado lo sagrado como parte de su identidad cultural. Pero en Lux, esa imaginería se convierte en el núcleo del discurso.

El videoclip de “Visión” muestra a Rosalía vestida como una santa barroca que levita en una iglesia inundada de neones. En “Reliquia”, camina descalza sobre espejos mientras un coro entona Gloria in excelsis Deo con autotune. No hay ironía: hay reverencia y provocación a partes iguales.

Lo interesante es que esta tendencia no es exclusiva de ella. En los últimos años, el pop global ha vivido una reapropiación de los símbolos religiosos. De Doja Cat a Madonna, de Ethel Cain a Kanye West, el cristianismo se ha convertido en un lenguaje visual para hablar de poder, redención o identidad.

Un estudio de Chartmetric publicado en 2025 analizó esta tendencia: los lanzamientos que incluían referencias religiosas en título, letra o portada tuvieron un 17% más de interacciones sociales que la media. Según el informe, la iconografía cristiana funciona como “metáfora emocional universal”, capaz de conectar con públicos muy diversos. Lo que antes se se conocía como música cristiana contemporánea hoy se une al pop, el hip-hop o el indie, en una tendencia que está impactando de lleno en la industrial musical actual.

Rosalía, siempre atenta a los signos culturales, lo ha entendido antes que nadie.

Sin embargo, su acercamiento no es religioso en sentido literal. No busca predicar, sino reencantar. En tiempos de desencanto digital, donde todo parece efímero, Rosalía ofrece un relato de trascendencia. En sus manos, la fe se vuelve estética, el sacrificio se vuelve ritmo, y la devoción se vuelve viral.

El fenómeno Rosalía: una artista del presente continuo

Hablar de Rosalía es hablar del presente. Ningún otro artista iberoamericano ha logrado, en tan poco tiempo, transformar la conversación cultural global como ella. Desde sus inicios, ha sabido traducir lo local en universal, y hacerlo con una estética que mezcla arte conceptual, tradición popular y cultura de internet.

Su mayor talento quizá no sea cantar, ni producir, ni componer —aunque hace todo eso con maestría—, sino leer el signo de los tiempos. Entiende cómo se consume la música, cómo se viraliza una imagen, cómo se construye un mito en la era de TikTok. En Lux, lleva esa intuición al extremo, convirtiendo el pop en una misa posmoderna.

Lux es quizá el el trabajo más ambicioso de Rosalía hasta la fecha. En sus doce temas se entrelazaban colaboraciones con artistas como Björk, Carminho, Estrella Morente, Silvia Pérez Cruz y los coros de la Escolanía de Montserrat y de L’Orfeó Català, además de haber sido grabado junto a la Orquesta Sinfónica de Londres.

Estas colaboraciones no son casualidad: en la era del streaming, la interconexión entre artistas es una forma de supervivencia y expansión. Los algoritmos premian las alianzas, y los públicos cruzados generan nuevas comunidades. Pero en Lux, más que estrategia comercial, hay una búsqueda estética: Rosalía usa la sinergia como herramienta artística. No busca copiar estilos ajenos, sino crear híbridos imposibles.

La crítica de The Guardian lo resumió así: “Rosalía no colabora, convoca”. Pero lo más admirable es que, pese a todo el artificio, su arte sigue teniendo alma.

Rosalía y Björk ya colaboraron en el tema «Oral», lanzado en 2023

Conclusión: cuando la luz también es estrategia

En Lux, Rosalía logra lo que parecía imposible: reinventarse sin traicionarse. Combina la fuerza conceptual de El mal querer con la experimentación sonora de Motomami, y le añade una nueva capa de espiritualidad y espectáculo. El resultado es un disco que no solo se escucha, sino que se experimenta.

El regreso en Callao, los singles polémicos, las colaboraciones imposibles, la estética sacra, el marketing envolvente… Todo encaja en un relato único: el de una artista que convierte cada lanzamiento en acontecimiento cultural.

Lux no es solo el título de un disco, sino una declaración de intenciones. Rosalía no vuelve para brillar; vuelve para iluminar. Y en un mundo saturado de ruido, eso —una luz que no ciega, pero guía— es, quizás, el mayor acto de fe que puede ofrecer el pop.

Lux llega el 7 de noviembre. Consigue tu copia en la tienda de tus artistas favoritos d2fy.es

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